20 de febrero de 2008

Capitulo 2 y 3

II


La madre de su amigo le abrió la puerta.
- Hola Mónica, como estás? – Preguntó Agustín.
- Bien m’hijo. Un poco cansada, vio, estos hijos que tiene una…
La casa de Lucho era su segunda casa. O primera, en realidad, ya qué había vivido allí tantas horas como en la casa de su madre. Quizás más. Eso explica, también, el porqué de que la madre de su amigo fuese como la suya, habían pasado tantas cosas y tanto tiempo que ya no había formalidades entre ellos, Agustín era un miembro más de la familia.
Sacó las cosas y preparó el mate.
- Che, Agus. ¿Van a salir con luchito esta noche? – preguntó Mónica mientras hojeaba una revista distraídamente.
- Depende de él, nunca se decide… como yo soy el cuñado, no se puede portar muy mal, eh? – Dijo y soltó una carcajada. Se rieron juntos.
Agustín se dio vuelta, y en ese momento apareció Lucho por la puerta que daba a los cuartos, con su mejor cara de sueño, y se sentó pesadamente en una silla.
- Qué carita mi amigo! A dónde se fue anoche? Quizás a Nueva Córdoba? A Zen? – Preguntó Agustín con burla. ( por lo bajo, Mónica rió, lo cual, extrañamente, mostraba que sabía que era Zen)
- Que nueva córdoba ni nueva córdoba, estuve en la esquina de la casa de tu vieja con los chicos. Me dijeron que te habían avisado, así que pensé que si no ibas era porque había quilombo con ella y por eso no te busqué.
Agustín sonrió. La expresión “la casa de tu vieja” le causó gracia. Era cierto, el nunca consideró el hogar materno como su casa real, siempre consideró hogar otros lugares. Dónde estaba ahora, sentado con su “mamá”, en la calle, en un colectivo. Esos lugares, La Ciudad Universitaria, que conocía casi a la perfección, pese a que aún le faltaban un par de años para comenzarla.
- ¿Amargo?
- Amargo – Afirmó
Su amigo, su “hermano”, chupo el mate,. Con calma. Se lo devolvió y él lo termino.
- Debo haberte dicho unas ciento cincuenta veces que a la mañana el mate amargo me cae mal, eh. – se burló esta vez su amigo.
- Debo haberte dicho unas ciento cincuenta veces – Agustín imitando el tono de voz de su amigo- que no tomo mate dulce. – esto último con su voz normal-
Mamá Mónica rió otra vez. Quizás recordando algo, pues su cara, sus ojos, tomaron un matiz nostálgico.
A la escena se sumó otro personaje. Luciana, la hermana de Lucho. Una mujer quizá bella, quizá, simplemente, una mujer linda.
Agustín evitó el contacto visual, ella tenía unos ojos bonitos. Pero ya se sabe, que con ojos bonitos – como con todos los atributos de las mujeres que resaltan- los hombres se pierden. Agustín se levanto instantáneamente de la silla.. Lucho también se levantó. Chau, mamá. Después nos vemos.
Salieron. Caminaron en silencio las dos primeras cuadras. Llegaron a la plaza y se sentaron en el árbol de siempre.
- Qué te pasa? – Preguntó lucho, clavándole los ojos.
Agustín demoro en contestar. Pensó que su amigo lo conocía lo suficiente. Si este hubiera preguntado “ Te pasa algo?” la cosa podría haberse demorado por horas. En este caso, daba por sentado que algo sucedía. Quizás él se había precipitado en alguna de sus actitudes, pero aún así no se culpaba.
Prendió un cigarrillo. Le alargó el atado a su amigo, que también encendió uno.
- Porqué lo decís? – Evadió Agustín, fijando la vista en algo que estaba más o menos a la altura de su propio estómago.
- A ver… – empezó Lucho – Estamos tomando mate, como de costumbre, mi vieja (que también es tu vieja) vos, y yo. Está todo en calma, nos estamos riendo. Aparece mi hermana. No pasan diez segundos que te levantas como si te hubieran puesto doscientos veinte voltios. Me miras como diciéndome, “acompáñame ya a la plaza”. Y acá estamos, quiero saber que pasa.
- Quizás lo de los doscientos veinte voltios explique porque hoy tengo el pelo así, no? – Quiso evadir otra vez Agustín. Se rieron.
Lucho calló como esperando la respuesta a su pregunta anterior. Agustín vio que no tenía otra salida.
- Bueno, ya que insistís... – dijo como suplicando que le dijera algo, que le dijera que no, que no quería saber, que cambiaran de tema.
- Si, insisto. Dale, habla, que vos y yo sabemos muy bien que eso no te cuesta para nada. – Dijo su amigo, quizás evocando alguna de sus andanzas de solteros. Agustín extrañaba notablemente esas épocas. Cuando Lucho no estaba con su hermana, ni él estaba con Victoria. Pero de ellas se hablara más adelante.
- Bueno, Lucho. Vos sabes todo, todo lo que pasó con tu hermana, desde hace dos años. O más.- En este punto, Lucho asiente con la cabeza, impaciente- Y hace un par de días – el Miércoles – me la cruce de nuevo, en el almacén. Yo estaba comprando cerveza, y ella, azúcar. Cuando salimos, y te lo juro, que yo había estado con toda la buena onda, por lo que vos me dijiste el otro día. Te acordas?
Me acuerdo – Dijo Lucho, afirmando, otra vez con un leve movimiento de cabeza, mientras tiraba la colilla de su cigarrillo a la distancia.
- Bueno, yo acaté. La traté con toda la buena onda. Me pidió si no la acompañaba un rato a la plaza, que no quería volver a tu casa. Algo de tu viejo, me dijo. La cosa es que yo no quería estar en mi casa, ya que Alejandro no estaba, así que, fuimos a la placita.
Nos sentamos en las hamacas, estuvimos hablando un buen rato. En ese momento yo me distraje, y ella se me tiró. Así como lo escuchas –agregó esto último al ver el cambio que se había accionado en el rostro de su amigo- Yo alcancé a reaccionar justo. Y la corrí. Le expliqué, un poco enojado – pero solo un poco- que yo estaba con Victoria. Que estaba de novio hacía casi un año. Y que no era la primera vez que pasaba algo así con ella, vos lo sabes. A ella se le soltaron las lágrimas. Me levanté y me fui. Y la estuve esquivando hasta hoy. Me llamó a casa, pero le pedí a todos que si llamaba dijera que yo no estaba.
Se hizo un silencio sepulcral. Solo faltaba la gente que llorara. O que Lucho estuviera de negro, ya que Agustín si lo estaba. Encendió otro cigarrillo, y otra vez le alargó el atado a su amigo. Agustín miró sus ojos, y se dio cuenta que un asombro – más que el enojo y la tristeza- dominaba los pensamientos de su amigo en ese momento.
- Bueno – dijo Lucho, tratando de encontrar en algún lugar las palabras que el asombro le había robado- te entiendo. Ahora, en qué puedo ayudar? – y le devolvió el atado.
- En nada, Lucho, En nada. Este tema se acabó, no me queda otra que ignorarla. Y conociéndome, sabes que no voy a temblar en hacerlo. También eso explica mi reacción de hoy, como si no tuviera suficientes problemas. Pero, cambiando un poco la cara, que vamos a hacer esta noche?


III

Agustín sale ahora de bañarse. Suena, a la distancia, un celular. Pareciese que nadie lo contesta. Deja de sonar. Aparece, en el umbral, Mariela con el teléfono en la mano.
- Agustín, es para vos – y ensayó su mejor cara de “como siempre”-
-Hola? –solicitó Agustín.
- Melena, como estás? – Victoria y su mundo, Victoria y los resabios de ella en su cuerpo - Ya se, te molesta que te llame, así que, voy a ser breve. Salimos juntos esta noche?
- Un par de cosas. Primero, sabes que no me molesta que me llames. Segundo, ahora no puedo pensar muy bien, no estoy en una situación.. como decirlo? Cómoda.
- Que quiere decir eso último? Con quien estás? – Empezó a sospechar ella.
- Te conozco como si… - dejo la frase por la mitad- acabo de salir de bañarme y estoy empapado. Te llamo en un rato.
Espero la respuesta. -Si, yo también. Colgó.
Marcó el número de Lucho.
- Lucho, mi amigo. Esta noche vamos a nuestro querido Abasto con “las chicas”- entiéndase aquí que fue afirmación y no una pregunta-
Era evidente, que las chicas tenían que ser Victoria y Mariela.
- De eso te quería hablar… no te lo conté hoy porque estábamos con el tema ese de mi hermana. Las cosas con Mariela, no están del todo bien.
- Ya me lo figuraba, igual… pero ahora no te lo voy a explicar. Igual, que mejor para hablar con ella que en el Abasto.
La voz de Lucho se sentía extraña, lejana.
- No estoy seguro, pero bueno, si me lo pedís vamos.
Se despidió y corto.
Un par de horas más tarde, Victoria, su novia hacía nueve meses y algunos días cruzaba la reja de su casa. Se abrazaron, se besaron, volvieron a abrazarse - Hacía algún tiempo, quizás dos semanas, pensó él que no se veían-
Fueron abrazados hasta la cocina, él puso la pava.
Estuvieron hablando, quizás por más de una hora. Él, cuando estaba con ella, perdía la noción del tiempo y el lugar. Quizás por eso estaba con ella, le transmitía una paz y una seguridad que no había encontrado en ninguna otra mujer.
Un rato más tarde, en la habitación de él. La pava, el mate, olvidado. En la tv corría un dvd de Pink Floyd, la banda preferida de Agustín. Ambos acostados, abrazados, descalzos.
Ella acariciaba el pie de él con su pie. Este reía, sonreía. La besó. En ese momento, comprendió que el amor era algo bastante similar a eso. Esa palabra le causaba un poco de miedo, aunque más que miedo, era respeto. No era de esas personas que dicen “te amo” con total impunidad. Normalmente sentía que esa expresión estaba un poco más arriba de la esfera de lo que él era capaz de sentir, pero en ese momento, todas las cosas, los objetos, la música, tomaba un matiz un tanto irreal. En ese momento, el estaba en dos realidades – o irrealidades – al mismo tiempo. La primera, la de todos los días, los objetos con un peso y un color determinado, adaptado a las leyes de la física y la mar en coche. La otra, ella. La cama, en ese momento, constituía un núcleo separado de la realidad. Como si la hubiera encerrado una burbuja, y ellos hubieran quedado del lado de adentro, mirando hacia fuera, pero con las paredes de la burbuja deformando lo del otro lado.
- Te amo- susurró él.
- Es cierto lo que acabo de escuchar? – Preguntó ella entre seria y riéndose – Me acabo de dar cuenta de qué es la primera vez que me lo decís antes de que yo lo diga – analizó ella.-
-Y si en ves de darte cuenta me das un beso? La realidad, ahora sí, había pasado al olvido

------
y bueno, che, yo sigo con esto.. tenemos para rato. quejense todo lo que quieran, esta permitido..
abrazo

teb


E.P.D

No hay comentarios.: