11 de febrero de 2009

Eternidad De Piedra




Eternidad De Piedra

A Germán

No estoy muy seguro de poder contar mi historia. Es muy probable que suene no digo fantástica, sino sencillamente in-creible. Sucedió a lo largo de un año en particular, el número no viene al caso, en la húmeda ciudad de Córdoba, en el corazón del pais. Quizás eso mismo, el corazón, tenga algunas razones que explicar.
Desde mi lugar, acá, todo es muy húmedo y siento voces y pasos todo el tiempo.
Jamás lograré salir de aquí. No lo digo con dolor ni con pesimismo, ya que siempre creí que uno debía asumir su destino, sea cual fuere. Sé que Dios, por venganza, me ató a este eterno destino, de piedra y granito. Es la teoría más lógica que puedo encontrar.
Yo alguna vez fui como ustedes, como todos los que veo desde mis ojos de piedra, que caminan, bailan, correr, alimentan perros o toman helados.
Me encantaría poder salir de aquí aunque fuera un segundo. Lamentablemente, este Dios vengativo de mi suerte me impidió el habla. Y solo puedo contar mi historia por un intermediario, un jóven pelilargo que me visita algunas noches, quien se enteró de mi historia, y a través de mis ojos se la transmito. Suena fantástico, pero al no tener el habla, mis ojos son tan expresivos como las palabras, mis pensamientos se transmiten en forma de alucinación, de pensamiento, de ocurrencia. Confío solamente en que él pueda contar bien mi historia, que lentamente le voy pasando.
La primera vez que vino y me hablo, casi como un chiste para sí (y sospecho que él estaba borracho) nunca se imaginó que todo esto pasaría. Pues le respondí. Ya dije que no tengo habla, pero mi respuesta resonó en su mente. No es necesario que diga que huyó despavorido por el miedo, pero yo ya había enganchado el primer hilo y sabía que volvería. Las cosas no pasan porque sí, las casualidades no existen.
En definitiva, volvió tres días después, esta vez sobrio. Y con un cuaderno. Vino dispuesto a que aquella alucinación que el creyó tener volvería a pasar. Y así fue. Ni bien se sentó a mis duros pies, comencé a contarle, a transmitirle, mi historia. Con mis ojos podía ver como cada una de mis palabras, mis expresiones anteriores y hasta mi propia descripción, tal y como yo la hubiera escrito de haber podido, iba llenando las hojas de su cuaderno. Debo decir que a mi compañera, a ella, le fue peor que a mi.
Dios no tuvo piedad con ella. Gracias a algunas personas que tienen espejos, sé que está a mi lado, en identica situación a la mía. No podemos comunicarnos por ningún medio, y eso es lo que más nos duele.
Tampoco podemos movernos ni cambiar nunca de posición, no podemos dormir (y no lo necesitamos). A veces tenemos que soportar cosas horribles. Creo que ella también sabe que estoy a su lado. Si pudiera, le tomaría la mano una ultima vez. Pero otra vez estoy desviandome de mi vida, de la historia que quería contar. Aunque se que tengo todo el tiempo, toda la eternidad. Este suplicio es eterno, nunca se acabará. Fuimos felices y desafiamos a Dios, y este nos demostró toda su ira. Estamos pagando, día a día, minuto a minuto, nuestro error, por toda la eternidad. No moriremos ya que no estamos vivos, solo nuestra alma queda dentro de la piedra, y eso no se ira jamás.
Cuando yo era un hombre y ella una mujer de carne y hueso, solíamos vernos (nunca encontrarnos) en este mismo lugar donde hoy habitamos y donde perduraremos por toda la eternidad. No voy a mentir diciendo que fuimos una pareja, ya que pese a que Martina me amaba, nunca nos animamos a pasar la fina linea que divide la amistad del amor.
Fueron incontables las tardes que pasamos sentados, apoyados espalda con espalda, jugando nuestro gran juego, " El juego de las camisetas". Era simple y más o menos así: Nuestro lugar, el mismo en el que estamos ahora, es uno de los más transitados de la ciudad. Miles de personas se encuentran y se desencuentran, van, vienen, suben y bajan a lo largo del día. Muchos de traje, otros de camisa o de remera, pero nuestro juego solo abarcaba a las camisetas de futbol. Ella elegía una, al azar, y yo le informaba el nombre y los datos del club elegido. Luego yo elegía otro, normalmente el equipo contrario (River-Boca, aunque estando en Córdoba lo normal era Belgrano-Talleres) y nos pasabamos la tarde entera contando camisetas del club elegido, hasta llegar a un ganador. Así se pasaban nuestras tardes, no necesitabamos dinero ya que yo robaba cigarrillos en kioscos y eso, más el mate que ella llevaba todos los dias, era lo que necesitabamos para pasar una hermosa tarde. Siempre elogiabamos la sencillez de nuestra vida, y como nos conformabamos con poco, creiamos ser el prototipo de personas para una sociedad mejor, pues nos sentiamos tan dichosos, y esa felicidad era tan grande que nos apartaba de todo el mundo real, de obligaciones y responsabilidades, de trajes y oficinas.
Jamás nos aburriamos de esa vida, si queriamos cambiar nos ibamos a la ciudad universitaria y jugabamos a adivinar la carrera de las personas que pasaban, y luego nos ibamos a comer moras hasta quedar totalmente manchados. Así pasaban los días y las semanas, nuestra quimica iba en aumento y nuestra dicha era gigante.
Cuando el sol caía, ella me abrazaba fuerte y yo le contaba historia de lugares lejanos, de heroes de espada o lanza, de grandes peleas de leones, de moralejas y de moral, de ética y de política, algunas más o menos ciertas, y la mayoría inventadas por mi en ese momento. No sentía la necesidad de escribirlas, ya que el mayor placer para mi era que ella me escuchara, se sorprendiera, o tomara esa expresión especial, que siempre me atrapó, de concentración, de total entendimiento. Bajaba las cejas e inclinaba apenas la cabeza, y cuando veía ese gesto, mi alma se llenaba de cariño hacia ella y no quería separarme de su lado. He dicho que no necesitaba escribirlas, pues no tenía ambición de ser un hombre de grandes palabras, ni un best seller, ni hacer dinero, mi mayor satisfacción era ese gesto, que me llenaba eternamente. Cuando me encontraba deprimido, por alguna razón, recordaba su cara y me iluminaba al punto de sentirme capaz de hacer cualquier cosa.
Lo hermoso de nuestra relación es que casi no existía el contacto físico, salvo en algunas ocasiones en las que ella necesitaba que le demostrara su cariño, y nos hundíamos en el colchón de la habitación del Hotel Trejo, en donde no pagabamos tampoco, ya que yo tenía un contacto que me facilitaba una habitación. Y en esos momentos, los besos estaban impregnados de yerba y de palabras susurradas, de colores violetas y de desesperación, de cariño contenido y de abrazos dados, y era entonces cuando yo me subía por detrás de ella y la abrazaba fuertemente mientras movíamos nuestras caderas, y ahi venía el orgasmo a dúo, mis contenidos gemidos y sus potentes gritos llenaban toda la habitación, y luego todo era un desplomarse sobre el colchon y quedar así, yo adentro de ella, abrazados, respirando pausadamente, mientras le respiraba en el cuello o detrás de la oreja, o le decía palabras que le gustaban en un tono confidencial.
Una tarde de Octubre, después del sexo, de ducharnos y de salir del hotel abrazados, en nuestra burbuja que nos aislaba del mundo real, llegamos una vez más a la fuente de siempre, de las estatuas, y allí ella cometió el grave error que nos llevó a nuestra situción actual. Fueron unas pocas palabras: " Siento que ni Dios tiene nuestra felicidad" y entonces nuestra burbuja se pinchó, nos encontramos en el mundo real, nuestro cielo se oscureció y en nuestra mente, por todos lados, rayos y truenos, y luego llegó el castigo divino. Dios nos condenó a nuestra existencia dentro de las estatuas que tantas tardes nos habían visto.
Y ahora ella me mira, convertida en piedra, y su expresión es aquella misma, de perdon y de entendimiento...
Por siempre jamás.


(E.P.D 11-02-09)

21 de agosto de 2008

El que espera





El que espera
Mal cuento en III partes

Parte I
El sentimiento, ese, casi inexiplicable, me embargó a las seis. Quizás mi otro yo, o mi reloj interno, sostenían que había sido a las cuatro, pero lo veo poco probable.
El sentimiento, uno en particular, esa leve sensación, fue una revelación un presentimiento, un vómito espontáneo, sentir que las cosas no estaban saliendo bien, la convicción de que "el principio de Murphy" existía y que estaba sintiendo toda la prepotencia de éste, que me embarraba la cara, ante mi perplejidad. (Qué gracioso, por la calle con la cara enrostrada de bosta... La ocurrencia ilumino mi ensombrecido rostro con una leve sonrisa)

Casual fue encontrar mi mejor - y preferida- camisa limpia y planchada, lo que no era nada casual era que ese día, tres o cuatro horas más tarde, fuera a encontrarme con ella, la única mujer que se me había negado alguna vez, y a la cual amé por varias décadas, pero esto no lo comprendí hasta varias semanas, quizás meses, después.
Se que este relato resulta raro, enigmático, pero estoy tratando de contar las cosas tal y como se me presentaron.
Calenté el agua, tome unos amargos mientras me afeitaba y tarareaba algún tanto de primer o segundo amor.
En definitiva, alegra y con buena predisposición me largué a la calle, pensando que el sentimiento había sido tan solo un engaño.

Parte II
Me bajé del colectivo en el centro, a pocas cuadras del lugar de encuentro, pero casualidad o causalidad, los cigarrillos comprados hacía no más de media hora, habían desaparecido por arte de magia.
Caminé por la atestada peatonal, hasta llegar al lugar del encuentro, con sólo veinte minutos de demora, lo cual era todo un logro para mí.
Ella, por su parte, aún no había llegado. Compré un suelto en el último quiosco que quedaba abierto, y mientras una solitaria ráfaga de viento hacía previsible una tormenta, me senté.
El lugar, el gran colegio nacional, se encontraba ya cerrado, y por las calles, solo unos valientes transeúntes se animan a pelear contra el frío.
Un hombre mayor se sentó a mi lado en un cantero, infaltable objeto para un esperador como él o como yo.
Un cuarto de hora más tarde, todo estaba en una pasmosa calma. el quiosco había cerrado ya (y yo sin un solo cigarro). El viento, a esta altura, era todo un hecho.
Las mejillas rápidamente enrojecían, como después de uno o dos litritos de vodka barato.
Probé a mi suerte, y después de diez intentos, conseguí un cigarrillo, un Jockey, pero no podía quejarme.
El viejo seguía allí.

Parte III

Me miraba de reojo, midiéndome. Hacía ya minutos que ya nadie más pasaba por la peatonal.

- Vos también esperas a alguien, parece... - Dijo en un tono enigmático el viejo, de unos sesenta años, y largos plateados en su cien.

- Corrección - Suspiré- Parece ser que me dejaron plantado. Falta que me poden, nomás- Dije en el tono más sarcástico que encontré.

El hombre, de mi altura y de ojos parecidos a los míos, lentamente sacó una cigarrera y me ofreció un cigarrillo, que descubrí, era un "Gitanes", mi marca.
Sorprendentemente, él no fumo.

- Los llevo por costumbre, hace años q' no fumo... Mirá, a tu edad me pasaba lo mismo, no te aflijas.. no en este lugar, claro, que tiene otra historia, pero el paseo Sobremonte puede dar fe de lo que digo... Horas me he pasado esperando. Este lugar es distinto, digo, por la tradición.

- Pues parece que sigue dejandolo plantado, amigo - Dije, al ver que consultaba nuevamente su reloj.

El viejo río y luego tosió.
- De eso mismo hablaba, eh, tradición. Tengo unos hermosos 63 años, pero con mi mujer, todos los viernes, seguimos encontrándonos acá. Desde hace más de cuarenta años... Los dos cursamos acá, me dijo, y señalo con el dedo el colegio que estaba enfrente. Yo estaba en séptimo, y ella, en.. Cuarto, me parece. Cuando eran joven, y todo esto no existía - el movimiento del brazo abarcaba los negocios, pero quizás más allá-

(consulté mi reloj, , y el reloj ya marcaba las y media... " a las nueve menos veinte en el lugar de siempre, me había dicho ella")

El viejo seguía hablando, nada parecía frenarlo.
- A las nueve menos veinte en el cole, solía decirme ella... calculá, pibe, tenía tu edad (y sentí que el viejo podía leerme la mente, gran casualidad o un deja-vu) y siempre que salimos, oí bien, hace cuarenta años, ella llega un poco tarde, yo disimulo pero finjo enojarme, luego la elogio (aunque su cintura no sea la misma) y nos vamos a tomar algo. Sí, cuarenta años.
(y a mí, que carajo me importa, yo no era él, todo era casualidad...)

Minutos más tarde, su mujer, mi mujer, llegaba, el viejo saludo con un guiño de ojo y se fue.


Posfacio
Han pasado algunos años desde eso, y casi lo olvido. De más está decir que nunca más vi al viejo y su mujer... Quizás se pregunten que pasó con la mujer a la que esperabamos... pués bien, creo que es ella la que todos los viernes me cita a las nueve menos veinte en el mismo lugar, y la misma que ahora duerme y me abraza.

(sonido de luz que se apaga)

E.P.D


Borrador escrito el 29/05/07
Corregido 21/08/08