12 de febrero de 2008

Tengo una gran fe en los locos. Mis amigos lo llamarían confianza en mi mismo.
Edgar Poe.













PARTE PRIMERA




El lado visible de la luna.




























I
Viernes. Se tomó el colectivo en Corro, casi 27 de abril, a las 18 y 30, aproximadamente.
En cuanto subió, el primer asiento, justo detrás del chofer, se desocupó. Miro alrededor, buscando alguien que lo ocupara, pero nadie se acerco. Se sentó cuando el colectivo doblaba por Humberto Primo. Se reclinó y entrecerró los ojos. Justo en ese momento, cuando el colectivo se disponía a girar otra vez, por Nicolás Avellaneda, pasando por el puente del mismo nombre, lo paró un semáforo. En la radio del chofer comenzaron a sonar las primeras notas del tanguito “Malevaje” interpretado, por Goyeneche, ni más ni menos. Uno de los preferidos de Agustín. Tarareo un poco, observando ahora por la ventanilla, que reflejaba las barandillas del puente, las escalinatas que se perdían en la nada, el verde que cansaba la vista, el cauce del río, crecido por esos días de tanta lluvia. No de esas lluviecitas molestas, que solamente mojan un poco como para contentar, si no, de esas tormentas que en segundos alcanzaban para dejarlo a uno hecho sopa.
Él pensaba ahora otras cosas, otros tangos, las frases de “Malena”, otro tango que lo había perseguido desde infante. El colectivo ahora pasaba por la Plaza Rafael Nuñez, la antesala de La Casa Cuna, un edificio viejo y amarillento como una carta, enmohecido por el paso del tiempo. Agustín pensó que sólo le faltaba la estampilla.
Recordó ahora viajes en colectivo, nunca fue muy propenso a tomar taxis, por lo que desde joven tuvo que manejarse por la inmensa Córdoba en ese móvil que detrás rezaba “transporte para el uso de las masas”, que tanta risa le despertaba al muchacho cuando lo veía. En los colectivos había descubierto la mayoría de las cosas que sabía, algunas amistades se habían fortalecido en los colectivos, también evocó ahora otro viaje, con una de sus novias anteriores, en el último asiento doble, los dos casi dormidos, todo ese tipo de historias melancólicas que luego llegan a uno para trepárseles por la zapatilla, la pierna, la cadera y instantáneamente el pecho, para colarse por alguna oreja. Esto le hizo recordar un cuento de Cortázar, el de la línea.
Levantó los ojos ahora, el colectivo ya pasaba la vieja coca-cola y se colaba por la avenida Caraffa, justo cuando el semáforo cortaba para darle el paso a los autos de la derecha. Esto hizo que el chofer se ganara sus buenos bocinazos.
Agustín sabía que en su casa no lo esperaba un panorama muy alentador. Su familia se componía más o menos así: Su madre, Eliana, mujer tan controvertida y ambigua, como todas las mujeres de menos de un metro setenta. Su hermano mayor, Alejandro, una persona de la cual Agustín encontraba muchos puntos para compararse, al final del cabo, la mayoría de las cosas que tenía por ciertas se las debía – en parte- a él. Y su hermana, la adolescente Mariela, un año menor que él. Su casa, o más bien, “la casa de su vieja” no era el “hogar dulce hogar” pretendido de años anteriores, por el contrario, estaba más lejos de eso que de cualquier otra cosa. Un infierno, en pocas palabras.
Agustín volvió en si cuando vio que la IPF anterior a su casa ya se alejaba. Se bajó del colectivo momentos después, cruzó la avenida, entro a la Shell.
- Hola, que tal. Dame, por favor, un atado de L&M. Común, sí.
Salió de la estación y encendió un cigarro. En todos esos años, desde que vivían en esa casa, se acostumbro a la monotonía de encender el cigarro ahí, y este se le acaba precisamente antes de cruzar la reja de su casa.
Tomó la calle lateral de la estación de servicio, observando todo, viendo todo como el lo conocía, de memoria. Pasó el puesto del sereno, Néstor.
-Hola Don Néstor. Todo tranquilo? – Consulto, por cortesía.
- Sí, sí. Como anda usted?
-Bien, y usted?
- Me alegro.
Conocía a todos en el barrio, con algunos había estado cerca de la pelea, su hermana siempre había tenido algo que ver.
Pitó el cigarrillo, se acordó de la pelea con el Negro Sosa y el Flaco Avilés. La cosa fue más o menos así, el Negro y el Flaco le “habían faltado el respeto” a Mariela y a una amiga de ella, Erica, que, a su vez era hermana de uno de los grandes amigos de Agustín.
Que lindo que se pegaron, a Agustín le tocó bailar con la más fea, el Negro. Después de la pelea los dos sangraban, fue más bien parejo. El Flaco y Lucho – Su amigo- también se dieron, pero esa no fue tan parejo. Avilés terminó en el suelo, mientras que Lucho tenía un pequeño corte debajo del ojo. Su hermana le curó la herida a Lucho, y una semana después, él le anunció que se habían puesto de novios. La noticia no le molesto a Agustín, que pensó: Mejor que sea amigo que enemigo.
Agustín llegaba ya a la esquina de su casa, dónde siempre se juntaban los muchachos, sus amigos. Los saludo a todos, hubo alguna que otra gastada por el partido del domingo, la botella de cerveza llegó hasta la mano de Agustín, que después de tomar anunció que se iba. Los muchachos les dijeron que ese día – viernes- se juntarían ahí, que se diera una vuelta.
Siguió su camino pensando en los muchachos, siempre en la esquina, casi eternos, ahí, pintados. Ahí empezaba el jolgorio y ahí también terminaba.
Abrió la reja de su casa, y antes de llegar a la puerta de madera, sintió la pelea, otra vez. Era una constante, todos los días, había motivo para que pelearan. Su hermana y su madre, tan iguales, tan distintas, chocaban todo el tiempo. En esas ocasiones era mejor irse, no valía la pena. Pero mujeres tenían que ser, buscaban para pelearse los momentos en que todos estaban juntos, las comidas, así después uno tenía una indigestión interesante.
El motivo inicial nunca importaba, solo era la excusa para que se tiraran en cara todas las angustias guardadas, que siempre eran más fuertes que las de su antagonista. Parecía que nunca terminaban de decirse todo, siempre les quedaba algo. Vale aclarar, que teniendo esas escenitas entre las mujeres, Agustín y Alejandro – su hermano- no chocaban para nada. Suficiente con las peleas de ellas, se decían. Ellos dos, pese a la diferencia de edad
– casi dos años- eran bastante cómplices, se entendían a la perfección.
Alejandro, casi un metro noventa, delgado, de contextura física pequeña, ojos pequeños y sombríos, Agustín siempre pensó que detrás de esos ojos se escondía alguna verdad inminente. Con él, Agustín compartía largas sesiones, en las cuales se encerraban en la habitación de uno de los dos – más normalmente en la de Alejandro, en la planta alta de la casa- a escuchar música – elegían una vez cada uno- a charlar mucho, sobre música, literatura, mujeres, y se aconsejaban mutuamente. También jugaban extensas partidas de ajedrez, en las que siempre Alejandro resultaba amplio ganador.
Agustín, un metro setenta y dos, también enjuto de cuerpo. Melena abundante, eterno cebador de mate. Era una de las pocas cosas que él mismo reconocía que hacía “decentemente”. Igual que su hermano, se le daba por escribir, pero normalmente se decepcionaba, tenía buenas ideas, pero no podía encontrar las palabras justas para describir las sensaciones que quería plasmar en el papel.
Con su hermana, Mariela, tenían una relación un poco imprecisa. Había días en que podían estar horas juntos, sin que ninguna de las actitudes del otro molestara. Pero, en otras ocasiones, Mariela demostraba ese carácter irritable que tanto molestaba a los demás. Ambos sabían de la adoración que se profesaban entre sí.
Y con su madre, todo era más fácil. Él se limitaba a cumplir en lo mínimo que ella le pedía, y se ignoraban bastante. Su madre se preocupaba por su hijo, pero el orgullo de ella, y su aparente firmeza le impedían tener una conversación con él.
En fin, no era lo que se decía una “familia tipo”.

E.P.D


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Bueno, esta sería la primera entrega de esto que dice ser una novela.
A Sergio: No, no es autobiografica, o no en su totalidad.
A Dibu: Ahi te acepté el comentario, AGUANTE River, loco.

Prometo el capitulo 3 y 4 para mas adelante.

Tebb.

1 comentario:

º·.Such a little raven.·º dijo...

olé olé, olé olé olé olá

si esto no es autobiografía, la autobiografía donde está?

jajaj, nada teb, que bueno todo. Seguilo si queres, pero por favor os imploro no tituleis el proximo capitulo como "El lado obscuro de la luna", o peor, "Cuidado con ese rastrillo, Eugenio"

Abrazo