21 de agosto de 2008

El que espera





El que espera
Mal cuento en III partes

Parte I
El sentimiento, ese, casi inexiplicable, me embargó a las seis. Quizás mi otro yo, o mi reloj interno, sostenían que había sido a las cuatro, pero lo veo poco probable.
El sentimiento, uno en particular, esa leve sensación, fue una revelación un presentimiento, un vómito espontáneo, sentir que las cosas no estaban saliendo bien, la convicción de que "el principio de Murphy" existía y que estaba sintiendo toda la prepotencia de éste, que me embarraba la cara, ante mi perplejidad. (Qué gracioso, por la calle con la cara enrostrada de bosta... La ocurrencia ilumino mi ensombrecido rostro con una leve sonrisa)

Casual fue encontrar mi mejor - y preferida- camisa limpia y planchada, lo que no era nada casual era que ese día, tres o cuatro horas más tarde, fuera a encontrarme con ella, la única mujer que se me había negado alguna vez, y a la cual amé por varias décadas, pero esto no lo comprendí hasta varias semanas, quizás meses, después.
Se que este relato resulta raro, enigmático, pero estoy tratando de contar las cosas tal y como se me presentaron.
Calenté el agua, tome unos amargos mientras me afeitaba y tarareaba algún tanto de primer o segundo amor.
En definitiva, alegra y con buena predisposición me largué a la calle, pensando que el sentimiento había sido tan solo un engaño.

Parte II
Me bajé del colectivo en el centro, a pocas cuadras del lugar de encuentro, pero casualidad o causalidad, los cigarrillos comprados hacía no más de media hora, habían desaparecido por arte de magia.
Caminé por la atestada peatonal, hasta llegar al lugar del encuentro, con sólo veinte minutos de demora, lo cual era todo un logro para mí.
Ella, por su parte, aún no había llegado. Compré un suelto en el último quiosco que quedaba abierto, y mientras una solitaria ráfaga de viento hacía previsible una tormenta, me senté.
El lugar, el gran colegio nacional, se encontraba ya cerrado, y por las calles, solo unos valientes transeúntes se animan a pelear contra el frío.
Un hombre mayor se sentó a mi lado en un cantero, infaltable objeto para un esperador como él o como yo.
Un cuarto de hora más tarde, todo estaba en una pasmosa calma. el quiosco había cerrado ya (y yo sin un solo cigarro). El viento, a esta altura, era todo un hecho.
Las mejillas rápidamente enrojecían, como después de uno o dos litritos de vodka barato.
Probé a mi suerte, y después de diez intentos, conseguí un cigarrillo, un Jockey, pero no podía quejarme.
El viejo seguía allí.

Parte III

Me miraba de reojo, midiéndome. Hacía ya minutos que ya nadie más pasaba por la peatonal.

- Vos también esperas a alguien, parece... - Dijo en un tono enigmático el viejo, de unos sesenta años, y largos plateados en su cien.

- Corrección - Suspiré- Parece ser que me dejaron plantado. Falta que me poden, nomás- Dije en el tono más sarcástico que encontré.

El hombre, de mi altura y de ojos parecidos a los míos, lentamente sacó una cigarrera y me ofreció un cigarrillo, que descubrí, era un "Gitanes", mi marca.
Sorprendentemente, él no fumo.

- Los llevo por costumbre, hace años q' no fumo... Mirá, a tu edad me pasaba lo mismo, no te aflijas.. no en este lugar, claro, que tiene otra historia, pero el paseo Sobremonte puede dar fe de lo que digo... Horas me he pasado esperando. Este lugar es distinto, digo, por la tradición.

- Pues parece que sigue dejandolo plantado, amigo - Dije, al ver que consultaba nuevamente su reloj.

El viejo río y luego tosió.
- De eso mismo hablaba, eh, tradición. Tengo unos hermosos 63 años, pero con mi mujer, todos los viernes, seguimos encontrándonos acá. Desde hace más de cuarenta años... Los dos cursamos acá, me dijo, y señalo con el dedo el colegio que estaba enfrente. Yo estaba en séptimo, y ella, en.. Cuarto, me parece. Cuando eran joven, y todo esto no existía - el movimiento del brazo abarcaba los negocios, pero quizás más allá-

(consulté mi reloj, , y el reloj ya marcaba las y media... " a las nueve menos veinte en el lugar de siempre, me había dicho ella")

El viejo seguía hablando, nada parecía frenarlo.
- A las nueve menos veinte en el cole, solía decirme ella... calculá, pibe, tenía tu edad (y sentí que el viejo podía leerme la mente, gran casualidad o un deja-vu) y siempre que salimos, oí bien, hace cuarenta años, ella llega un poco tarde, yo disimulo pero finjo enojarme, luego la elogio (aunque su cintura no sea la misma) y nos vamos a tomar algo. Sí, cuarenta años.
(y a mí, que carajo me importa, yo no era él, todo era casualidad...)

Minutos más tarde, su mujer, mi mujer, llegaba, el viejo saludo con un guiño de ojo y se fue.


Posfacio
Han pasado algunos años desde eso, y casi lo olvido. De más está decir que nunca más vi al viejo y su mujer... Quizás se pregunten que pasó con la mujer a la que esperabamos... pués bien, creo que es ella la que todos los viernes me cita a las nueve menos veinte en el mismo lugar, y la misma que ahora duerme y me abraza.

(sonido de luz que se apaga)

E.P.D


Borrador escrito el 29/05/07
Corregido 21/08/08

4 comentarios:

Serj Alexander Iturbe dijo...

Es definitivamente muy tierno...
Aunque sea mi hermana, es tierno...
P.S. A propósito... Te salió bastante bien el tono castellano (relativo a Castillo, como notarás.)
Un abrazo.
Y sí, me colgué porque estaba ayudando al Mago a hacer una maqueta de un edificio.
Me cago en él que me hace hacer cosas prácticas...

Almafuerte dijo...

Yo creo que tu problema es que realmente quiero a tu hermana...
Gracias, igual..
Y sí, lo castillense venía por ahí..

Un abrazo.

º·.Such a little raven.·º dijo...

Es que el esperar a mujeres tiene esa cosa desesperante. Vaya a saber uno por qué...

Aunque... JOCKEY? lol, just lol

Damned Poet dijo...

Sí, Castillo y vía él también Borges. Y de Borges también Cortazar. La literatura fantástica se nos coló en la cultura y no todos nos dimos cuenta.
Sí, tierno, pero no llega a ser pesado.
Sí, fantástico y para colmo, un lugar recorrido varias veces.
Sin embargo sigue habiendo algo que no me disgusta... (será que sos mi hermano)